Marmita con grafiti

El equipamiento para el rancho (marmita y escudilla) era un elemento inseparable del soldado. Cada uno tenía el suyo y lo llevaba allá a donde iba. Eran de aluminio, lo que las hacía muy ligeras, y para su transporte disponía de asas móviles. En las fotografías de la guerra es habitual ver a los soldados con su plato del rancho colgando del cinturón o las trinchas. La marmita de la fotografía tiene la peculiaridad de encontrarse personalizada: su dueño buriló en ella su nombre y apellido: Armando Stellani, un combatiente italiano.

La historia de Stellani se ha podido reconstruir. Nació en Palestrina en 1914 y participó en la Guerra Civil con el Corpo Truppe Volontarie que envió Mussolini en apoyo de los sublevados. Sobrevivió y participó en la Segunda Guerra Mundial, de la que también salió con vida. Armando Stellani trabajaba en el café que regentaba su padre en Palestrina y alternaba su empleo con la pintura y la escultura—quizá sus habilidades expliquen la inscripción en su marmita. Falleció en 2005, a los 90 años de edad. La escudilla estaba en posesión de un vecino de la localidad de Abánades (Guadalajara), que la empleaba para elaborar yeso. No sabemos cómo llegó a sus manos, pero podemos entender el contexto general. Las fuerzas italianas tuvieron una presencia destacada en Guadalajara. En la batalla homónima (8-23 de marzo de 1937) sufrieron una gran derrota, que se saldó con miles de bajas y la pérdida de enormes cantidades de material. Por otro lado, durante su estancia en el frente, sabemos que las tropas italianas y españolas intercambiaron equipo. En las excavaciones arqueológicas en Abánades se han descubierto cascos, gafas de motorista y bengalas de procedencia italiana en posiciones ocupadas por tropas españolas. En la novela Cuerpo a Tierra de Ricardo Fernández de la Reguera, ambientada en Guadalajara en la Guerra Civil, se habla de estos intercambios:

“Convivieron varios días con los italianos a los que iban a relevar. Simpatizaron inmediatamente. Los italianos eran cordiales, generosos y un tanto ingenuos. Se entusiasmaba con los objetos más insólitos. Como les sobraba mucho equipo, se hicieron trueques fantásticos. Por un encendedor de mecha, una petaca roñosa o cualquier chuchería cambiaban unos pantalones, una guerrera, un capote, unas botas, los gorros... O les desaparecían al menor descuido en las manos rapaces de los españoles. El batallón de Augusto [el protagonista] se metamorfoseó. Llevaba unos atuendos heterogéneos de prendas españolas e italianas.”